Saber detectar cuanto antes la existencia de estos problemas en el niño o niña es fundamental.
En lo relativo a la intervención psicológica aplicada a la mejora del bienestar de las personas, cuanto antes se detecte el problema a tratar, mejor. Y probablemente esto es más cierto que nunca en el caso de los más jóvenes, quienes están pasando por una etapa que, en muchos aspectos, condicionará su desarrollo en la adultez.
Y es que la infancia es una fase de la vida llena de posibilidades, y también repleta de potenciales vulnerabilidades. Un mal aprendizaje de las habilidades lingüísticas, por ejemplo, puede llegar a lastar durante la vida las posibilidades del niño o niña en su vida social y laboral. Lo mismo ocurre con todas las capacidades psicológicas implicadas en el desempeño en la escuela.
Por eso, el diagnóstico de los trastornos de aprendizaje durante la infancia y la adolescencia es crucial; no por nada constituye un ámbito en el que se especializan muchos psicólogos.
La importancia del diagnóstico ante los trastornos de aprendizaje
En cierto modo, la infancia configura buena parte de nuestro margen de maniobra a la hora de desarrollarnos personal y profesionalmente. Está claro que todos podemos cambiar hasta cierto punto a cualquier edad (por algo nuestro cerebro es capaz de adaptarse a muchos de los retos del entorno durante toda la vida), pero somos especialmente sensibles a lo que nos ocurre durante los primeros años de vida, para bien y para mal.
Por ello, pasarse los años de escolarización teniendo que vivir sin ayuda los efectos de un trastorno de aprendizaje es una experiencia muy frustrante, que por un lado mantiene al niño o niña sin la oportunidad de aprender muchos contenidos que le servirán de mayor, y por el otro genera una sensación de frustración y hastío durante las horas de clase y de estudio, lo cual alimenta los efectos negativos del trastorno.
El problema es que esta clase de trastornos puede adoptar muchas formas, y la mayoría son difíciles de reconocer a la primera por quienes no tienen experiencia en el ámbito de la psicología. Es más, en ocasiones se critica y se culpabiliza al niño o niña por la falta de progreso en la escuela, algo que agrava la situación. Pero incluso en el mejor de los casos, un trastorno de aprendizaje no tratado profesionalmente no evitará que la persona se convierta en un adulto con una buena calidad de vida, pero contribuirá a que llegue mucho menos lejos de lo que habría podido llegar en caso de detectar el problema a tiempo.
¿Qué hacer para ir sobre seguro?
La mejor manera de asegurarnos de que no hay ninguna alteración psicológicva que entorpece la capacidad de un niño o niña a la hora de aprender es acudir a los profesionales de la psicoterapia cuando se detectan las señales de que algo va mal.
En algunos casos, puede que se trata de una falsa alarma y no exista un trastorno de aprendizaje, pero incluso en situaciones así es bueno contar con la ayuda de los psicólogos, ya que estamos especializados en reconocer también fenómenos no patológicos pero limitantes, como la falta de motivación en la escuela o la identificación con quienes desprecian los estudios por simples ganas de formar parte de un grupo.
En otros casos, sí existirá un trastorno del aprendizaje basado parcialmente en predisposiciones biológicas (no necesariamente genéticas) que, con trabajo en las sesiones de terapia infanto-juvenil, pueden dar muchos menos problemas. La clave en estos casos está en saber identificar exactamente qué es lo que está ralentizando el ritmo de aprendizaje del pequeño o pequeña, y a partir de ahí ofrecer un «entrenamiento» personalizado para compensar esas dificultades y reforzar otras virtudes del pequeño o pequeña, para que utilice nuevas vías para aprender y no caer una y otra vez en una frustración paralizante.
Para ello, claro está, es necesario contar con la experiencia y los instrumentos necesarios para realizar un diagnóstico de los trastornos del aprendizaje.